El desequilibrista de la genialidad

¿Acaso no es evidente? ¡Míreme bien…! 
¿Acaso no advierte mi extrema deformidad? ¡Olvídese de la melodía!
¡Olvídese de la genialidad! Deje a un lado todo lo bello que hace nada haya podido presenciar… ¿Qué es lo que queda? ¿Me lo puede decir? Ya se lo digo yo, ¡total y absoluta monstruosidad! El engendro de una naturaleza caprichosa.
Y ahora advierta las caras de la gente, el resplandor en sus ojos. Advierta su espanto, su aversión, su desconcierto, su compasión, su repulsa… ¿Lo comprende ahora?
El equilibrio jamás engendró obra de arte alguna. Es el desequilibrio del artista lo que posibilita que emerja la obra de arte. El equilibrio mata la genialidad. En mi desequilibrio se halla el equilibrio de los demás; en mi equilibrio, su desequilibrio, su ira. Y en la cólera nadie está a salvo de sufrir algún infortunio.
Con todo, preciso de mi genialidad para enmudecer los desgarradores lamentos de mi pobre alma. El alma de un genio jamás es pobre, me dirá. Pero no es verdad; yo solo veo fealdad donde usted ve belleza, yo veo a un desdichado donde usted ve a un genio. Todo se reduce a la mirada.
La pregunta es, ¿para qué sirve la genialidad si no es para la desdicha?

(Colaboración con letra y voz en el proyecto Oklo, de Erik Zubiria)

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