La hora del brindis

Actúas como si fueras a vivir para siempre, como si la muerte no te incumbiese, como si tarde o temprano, no fueras a reconocerla como una experiencia tuya…
Actúas como actúan los demás, ves con sus ojos, hablas con sus voces, de una manera completamente impostada. “Ah sí, la muerte, aquello que les sucede a los demás mientras uno experimenta la vida”, piensas.
Y vas acumulando posesiones, vas acumulando poder… Una suerte de prestigio al que te aferras con desesperación con tal de no asumir tu banalidad, el hecho de que no eres nadie. No, desde luego, sin experimentar una vida auténtica.
En realidad, cualquiera puede ver por ti, hablar, reír, llorar por ti… Pero nadie puede morir por ti. Y nunca te creas demasiado joven para morir. Cuando sufres la pérdida de un ser querido, cuando sus últimos estertores son el único nexo de unión entre vosotros, cuando, en definitiva, asistes a la desaparición de un ser lo suficientemente cercano como para mirarle a los ojos a la muerte, no queda ya más opción que la de asumirse mortal, descorchar tu mejor botella e invitarla a una copa.

 

(Colaboración con letra y voz en el proyecto Oklo, de Erik Zubiria)

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